
Fue en esa convalecencia por sarampión que me tuvo varios días en cama. Y que, más allá de la molestia propia de la enfermedad, llevó a mi madre a consentirme con aquello que más me hacía feliz. Permanecer en la cama grande de mis viejos, ver TV en el viejo aparato blanco y negro que me acercaban desde el comedor sobre esa mesita enclenque con ruedas,... y por supuesto, los comics infaltables.
De aquel momento provienen estos dos números de Disneylandia, el 61 y el 72.
Que no sean consecutivos es un dato que escapa a mi recuerdo, y sin duda no fue motivo de algún reproche.
Es seguro que no fueron las únicas revistas que me trajeron, pero estas dos las guardo con un cariño especial.
Y parece que no quieren separarse. Las reencontré guardadas en la misma bolsita, como si me estuvieran esperando.
Y asi las presento, de la única manera posible,... juntas.